sábado, 12 de julio de 2008

Domingo del juicio (aunque no sea final)

Ya que andamos en ánimo permisivo, hace una semana le sacaron las muelas del juicio a mi hermano y recordé algo que escribí cuando me las sacaron a mí (en el 2004). Ya pasó su fecha de caducidad (tiene algunas partes descompuestas y no ando en ánimo de hacer corrección de estilo en este momento), pero bueno, se los comparto.

Sepelio de un juicio

Es de llamar la atención los personajes que se presentan a un sepelio: con sus caras largas y tristes, con la sal pegada a los cachetes (recuerdo de las lágrimas caídas), con sus fingideces empáticas que no saben ni respetar el derecho a sentirse incomprendido, que insisten en acompañar y consolar mientras sus horarios agendados les corren por la cabeza y la pinta de los enlutados no hace más que darles espectáculo. También se atreve, una que otra personalidad fresca, a traer su algarabía. Los luctuosos normalmente desempeñan su papel de despreciadores instantáneos del gozo, pero una parte de su dolor se alivia con la sonrisa de alguien. Peligrosas sonrisas en el velorio de un juicio; ya es cotidiano esto de perderlo o entregarlo sin más.

Qué semblante el del Payaso al entrar. Pantalones espaciosos que caen al parejo en toda su negrura, de tirantes amarillos con motas rojas sosteniéndole la dignidad por encima de una camisa blanca bien almidonada, los esconde bajo un saco de dimensiones extraordinarias y color estipulado para la ocasión. Con su divertissement trágico, insolentes, se le adelantan un par de zapatos tamaño burla que llevan el ritmo de su profesión y vienen a arruinarle ese “poder ser tomado en serio”. En signo de reclamo, al llegar al ataúd, se inclina sobre el ausente y comienza su reclamo:

“¿Por qué te fuiste, Juicio cobarde? No resististe esas punzadas que sentías en el pecho al ser criticado, repudiado diariamente. Sé que no era fácil serte ni tenerte, que estaba escrito que habías de claudicar un día por “inservible”, aunque yo crea que fue por inapreciado, por inatendido (yo sé lo que es alimentarse de la atención).

Te robaste una de mis carcajadas favoritas: DEVUÉLVEMELA. Sin Juicio no le ve caso al aparecer: me aceptó que divertirse sin ti la harta: eran tus esfuerzos inútiles porque no apareciera lo que hinchaba sus ganas de mostrarse y llevarte la contraria. Ahora sale de vez en cuando y camina: ¡CAMINA! Figúrate. Ya no salta ni rebota, ni megafonéa sus ironías. Todo y nada le parece gracioso. Carcajada se ha vuelto una risa constante: de idiota, de sin chiste, de sin alboroto o inoportunio. Todo por tu partida, Juicio. Ahora te dejo, con tu espacio vacío y un a-gra-de-ci-mien-to (sarcástico) por regalarme una butaca más de risa transparente, de sin sentido. Mi profesión consiste en contradecir al Juicio con los tropezones y los por-qué-a-mi, para hacerlo retorcerse y soltar a Carcajada. Ahora, sin Juicio, ni Carcajada, me quedo con una Risa despreocupada y un poco más de desempleo cirquero.”

Flor de goma rosa y chisguete desde el polen amarillo, arrancada de la solapa y aventada a la caja en tono sepulcral.

Se acerca el cura. En la esquina de los labios se le nota un no-se-qué de agradecimiento, imposible de ocultar, disimulándolo con Rosarios (en misterios dolorosos. No podía ser tan descarado). Distinguible por su sotana, que da otro significado al “cuello blanco”, superior en sus aires, reparte bendiciones y consuelos divinos a las “Magdalenas” que lo rodean. Con su modestia prudente y de “Divina Providencia”, flota hasta el espacio vacío dejado por el Juicio. Comienza su sermón:

“En nombre de Dios y de la comunidad parroquial, mi queridísimo y ausente Juicio, vengo a darte las gracias por tu oportuna partida. El Cielo te pague la cantidad de fieles entregados que me has regalado con motivo de tu abandono. Pero no oses pecar de soberbia, Juicio; no se acercan porque les preocupe tu paradero, ni porque busquen para ti un “lugar mejor” después de tu partida (no te preocupes, ya te ando tramitando una Suite con el Vaticano); se acercan porque, sin ti, les ha quedado el camino libre para creer: sin cuestionar, ni reflexionar, ni sentir. Tan solo obedecer. Antes que la razón, Dios. Después del Juicio, Dios también. Sé que lo entendiste Juicio, ¡pícaro insolente en vida! ¡inquisidor fabulosamente incómodo! Te largaste y ahora no sé cómo va a evolucionar esta fe. Pero sí sé que se llenará el templo, que se corearán con mayor fuerza las invocaciones, que saturarán canastas y alcancías de diezmo. Ya vendrán, sin tus cuestionamiento, fines del mundo atrozmente inevitables, ofertas de última hora de salvación eterna, descuentos en culpabilidades por “servicio” a la Institución y rebaños de fieles desesperados por no desaparecer como tú. Les daremos sustento; su pan y agua de cada día, sus dosis de miedo, sus untadas de alegría, sus ilusiones vanas. Admiro tu comprensión Juicio. Tantas veces oré por tu partida y me topé con tu terquedad analítica. Y ahora claudicaste. Sin más ni menos, porque se te menospreció. (En mi caso creo que te había sobre estimado)...”

Silencio y pasos discretos, tras una cara de sepulcro blanqueado, acaba por dejar un escapulario de la Virgen sumisa enredado en manos del Juicio atormentado.

Tímidamente lo ve alejarse, desde la esquina oscura, la niña del vestido blanco de encaje. Ella no sabe. Ella no conoce. Ella apenas es ella. Pero sin Juicio, y se acerca.

“Hola”, murmura. No tiene idea cómo presentarse frente a un desconocido tan frío; como siempre, mientras nos dura la infancia, opta por ser franca y transparente. “No nos conocimos, pero he escuchado de ti. Creo que se habla más de ti de lo que realmente se te conoce. Míralos, no pueden ni verte a los ojos. Parece que no les vas a hacer falta. Es como si hubieran renunciado a ti incluso antes de que partieras. Pero aquí sigues y así también sus conversaciones: sobre ti, sobre quien eras, sobre buscarte y perderte...bla,bla,bla. Palabras. A veces escucho como zumbidos a mi alrededor, pierden sentido; pienso que en ocasiones hablan porque no saben (o no tienen con qué) llenar el silencio, les asusta porque es vacío, porque no les dice nada tampoco, porque no saben escuchar.”

“Algunos días estoy triste. Aquí no les gusta la Tristeza, la ignoran, la pintan de arcoiris, de día soleado, de sonrisas...y mi Tristeza se vuelve aun más triste y se esconde, como yo. De pronto no la encuentro y me hace falta. Entonces llega mi Enojo, es muy impulsivo ¿sabes? Le gusta romper cosas: como el jarrón de mamá o las sonrisas de los otros, le molesta la compañía de Felicidades, pero yo sé que en el fondo lo tranquiliza. Él finge que no, que se harta y se va. Le encanta la atención, ya lo conozco. Y otras veces, sopla el viento en la cara o la paleta que me compro sabe a frutas y me gusta...entonces sonrío; también me pasa cuando se me acerca otra sonrisa, o cuando salto la cuerda y casi me caigo...llega mi Felicidad, se infla y siento que voy a explotar, entonces me carcajeo. Siento que me duele la panza, que se me llenan de agua los ojos, que me doblo y me retuerzo, como los gusanos (creo que a ellos los visita seguido) y cierro los ojos (no sé por qué no puedo abrirlos) para no verla, pero la siento. A esos, los que están tan triste hoy porque te fuiste, tampoco les cae en gracia que me visite Felicidad. Me piden que me controle y no entienden que no soy yo, que es ella; y yo no entiendo por qué he de “controlarme” si siento como cosquillas y me sabe a rayo de sol en la cara. Entonces Felicidad cada vez que viene se infla menos y me deja sonrisas como recuerdo de que estuvo ahí.”

“Juicio, no sé decirte nada serio, nada importante. Soy una niña. Dicen que tengo que aprender mucho, que no sé nada ahora. Yo quisiera entender, pero me habían contado que algún día habría de encontrarte y que entonces sería entendible todo lo que me pasa, estas visitas y confusiones de mis Sentimientos, las rarezas de los que me rodean y alguna vez te conocieron. Ahora creo que nunca voy a explicarme estas cosas.”

“Seguro tú eras como un viejo sabio de esos que dan consejos, abrazos y paletas de frambuesa. No lo sé, pero me hubiera gustado conocerte. Dicen que haces falta en el mundo, pero nunca sentí que realmente estuvieras aquí porque no te encontraba. Por eso creo que no me vas a hacer falta, porque nunca fuiste parte de mi vida y me he dado cuenta que los grandes olvidan fácilmente, para ellos todo se define en “hoyes” y mañanas, pero los “ayeres” no son muy solicitados, y yo un día voy a ser GRANDE. Me enseñaron que cuando alguien ya está como tú, entre paredes de madera, hay que meterlo en un “ayer” y echarle tierra encima, para de vez en cuando llorarle una lagrimita o dos y llevarle flores. Eso espero hacer contigo Juicio, aunque nunca nos hallamos contado de qué sabor preferías los helados o qué nos gustaba más, si la lluvia o las muecas chistosas. No importa Juicio, no quiero que te dejen solo. Yo tengo a mi Soledad y no se siente bien, le gustaría estar acompañada; seguro tu tienes también una, las juntamos y así ya nunca van a reclamarnos...”

Del brazo, la niña es tirada por su madre lejos del ataúd porque las flechas del aparato que lleva en la muñeca apuntan ya, una al número doce, otra al número nueve. “Hora de dormir” para la pequeña. Curiosos conceptos.

De zapatos boleados y manos pequeñas, se aleja. La “desconocida” entre los “juiciosos”. Mientras que en el rostro del Juicio, con esperanza infantil, se curvan los labios en irónica sonrisa.

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