lunes, 9 de junio de 2008

Re-visited

Aunque ayer el asunto no me entusiasmo porque francamente lo veo lejano, lejano pero no imposible, hoy me levanté con la cosquilla de la revista. De hecho, la REDE estaba pensada como revista. Mjo y Pablo, les explico: Rede significa palabra en alemán, según yo (marigüanamente porque casi estoy seguro que no es así pero qué diablos) también como logos en griego, tiene todos esos matices de discurso y ciencia y... en una palabra in-formación (para citar la idea de Pablo). La revista pretendía ser temática y el nombre cambiaría según la ocasión, iba a haber un número dedicado a las vanguardias que pretendía ser: RedE Avante. etc. La cosa también era no encasillarnos en revista de creación sino que también hubiera, crítica, reseña, crónica, y también aunque el tema era uno el enfoque podía ser científico, o artísitico y no necesariamente literario.

El proyecto, como todos, empezó demasiado ambicioso, y aún lo es. Pero se me ocurrió que en realidad, los ejercicios son una especie de eje temático. De modo que ya podríamos decir que tenemos dos números 1. RedE Grieta y 2. Rede Parodia o RedE Tecnia o REde historia revisited o como quieran.

Claro está el pequeño inconveniente del papel y el dinero, always the Goddamn money. Pero también se me ocurre que podríamos hacer una versión virtual ¿Bloggera? el diseño editorial quizá sería pésimo -ustedes saben más de eso- pero serviría como ejercicio editorial. Además ahí podríamos invitar a los colaboradores y dejar esta página de la redecalva como recinto del taller, elitista recinto. En la revista, en cambio ejerceríamos el poder de la censura y la selección natural darwiana: éste sí, éste no ¿fascista? Puede ser, pero en esta experiencia me llevan ventaja, (por lo menos M. y Pablo).

Así también nos obligamos a pulir perfectamente los textos, e incluso, a escribir otros sobre el tema. Se me ocurre que Pablo, podría publicar además de sus poemas, el texto de Son de Noche como crónica (La grieta está que ni mandada hacer; quizá incluir fotos si Borda se avienta el tiro) y yo podría hacer la reseña literaria (Antes de que me gane Borda) y así sucesivamente, y ya digo, quien quiera hacer invitaciones y quien quiera entrarle pues bienvenido.

Cómo ven?

Digo, apenas es una tímida y mal viajada idea pero ya saben este tren en el que nos subimos todos y esta estación del Ocio.

Saludos.

viernes, 6 de junio de 2008

que trampa

jaja. sí, yo ya tengo la mía: ese mismo día estaba tan clavado que ya me la inventé:

cuando pregunta ya responde, al descubrirla no se esconde ¿qué es?.

ludus agonicus

paseando por la red de transporte público escuché: "en el agua nace y en ella se deshace; ¿qué es?." después de muchas vueltas no alcancé a responder que "la sal" era La respuesta pero el ejecicio me cayó dulce, dulce. Pense en la naturaleza de la adivinanza y pensé que sería un excelente ejercicio para nosotros, ya saben, por aquello de que lo "obvio" resulta en varias ocasiones "obtuso" y en que la síntesis y el límite (o si seguimos a aristóteles: la magnitud), son parte fundamental de todo arte. jaja. en fin, mucho blabla: La propuesta es hacer adivinanzas, (teorizar el género también, sin contar haikus, bombas y toda suerte de composiciones breves, sólo adivinanzas) una por persona. tenemos esta semana.

miércoles, 4 de junio de 2008

Espacio y tiempo.

Pregunta Mjo, y con razón, que dónde está el Aleph en mi cuento.Y eso me obliga a una aclaración. Respondo aquí porque nos incumbe a todos. Cuando el ejercicio, dije: "esa costra donde se ve pasado, presente y futuro." Pero releyéndolo me di cuenta que estaba mal. En un nota sobre su escrito Borgitos dice "lo que la eternidad es al tiempo el aleph es al espacio" De modo que A no tiene que ver con la simultaneidad sino con la ubicuidad.

Me di cuenta de esto tarde, ya Pablo y Majo estaban en planes de captar la eternidad en sus textos, de modo que no dije nada. De todos modos ¿Se puede hablar realmente de espacio sin pensar en el tiempo? El mismo Borges escribe: "vi en un traspatio de la calle Soler las mismas baldosas que hace treinta años vi en el zaguán de una casa en Frey Bentos", insertando en su epifanía aléfica, todo el tiempo, cosas remotas (pasadas) y a la vez cercanas, (presentes).

Yo quise burlarme de esa discusión filosófica profunda y elevada, con el traje de realidad virtual, parodia de la costra, que como saben, junto con el sexo virtual, no es para nada producto ficcional de una imaginación a la Verne, sino, "realidad" contemporánea. Con él se está aquí y en dondesea, como Borges en el sótano de la casa de Beatriz Viterbo, a la vez que (otra vez el tiempo) en Quéretaro y en tantas partes.

Cómo ven? nos echamos otro ejercicio sobre el verdadero Aleph espacial y no temporal? No lo creo. Pero en serio, posteen ya el otro ejercicio, les doy de aquí al viernes, o, tiránica y aborasadamente tendré que hacerlo yo mismo.

Ted, Charles, Bondy, Harvey, Oswald.

martes, 3 de junio de 2008

dedans le véritable aleph



Por increíble que parezca yo creo que hay (o que hubo) otro Aleph, yo creo que el Aleph de la calle Garay era un falso Aleph.

Viaje a Entemphul

1

Trataré de contar todo como sucedió, aunque sé que mi manía por las digresiones, mi poca fe en el tiempo y mi falta de método según estricto orden cronológico, lo harán prácticamente imposible.

Lo primero que pasó fue que llegó Estela, después de haber recibido a los invitados, y me dijo que si estaba listo.

-No, ¿para qué?
-Claramente le dije a Jacques que te avisara, ¿no te lo dijo?
- No tengo idea de lo que me hablas.

Pero claro que sabía de lo que hablaba. Estela quería que repitiera el numerito en privado, frente a sus amigos. Que ilustrara cada diminuto detalle acerca de cómo se conectaban los sensores a los glóbulos y de qué posiciones facilitaban el intercambio neuronal con la máquina.

-Pero si cualquier otro adulador lo hará gustoso, el señorito Computólogo, por ejemplo...quiensea menos yo, porque no puedo, no sé nada de eso, además debo irme temprano...
-Estela quiere que lo hagas tú.

Y eso fue todo lo que salió de la boca de Jacques. Jacques: hermoso farsante y psicólogo francés, avecindado en México diez años atrás, pero que todavía hace gárgaras con las erres y encierra las ues por pura nostalgia de su belle Paris. Quise insultarlo pero para entonces ya estaba muy ebrio y creo que fue justo después de eso que vino Estela a preguntar si estaba listo.

-No juegues conmigo, Carlos, Jacques me dijo que te había avisado y yo necesito que vayas allá y les expliques. Haz un esfuerzo, sé un poco cortés, niñito malcriado, si no, olvídate de todo esto.

Perfecta ambigüedad de las palabras; porque cuando dice “esto” sacude su mano que cruza desde su hombro desnudo hasta rozar su vientre con un gesto enfático. Esto: el dinero, la comida, la puerta al mundo glamoroso de los ricos, esto que me regala; Pero también esto-esto, porque ella piensa que para mí, su cuerpo es un lujo, que realmente disfruto pagar su mecenazgo supliendo la blandura de su marido con mi carne veinte años más joven que la suya.

-Estela, por dios, déjame en paz aunque sea esta noche.

A Estela se le suben de inmediato los colores. O se le bajan, según se vea, desde la punta tirante del vestido rojo de seda, o más arriba, desde los granitos carmesí y las venas rojizas endurecidas por el botox, más arriba aún, desde una cana enraizada en el cuero, teñida de costoso rojo cosmético conforme sale a la superficie.

Mejor no hacerla enrojecer. Además prefiero ser bueno ahora, que tener que pagar después con esos favorcitos privados que escandalizarían a cualquiera, hasta a mí, sádico y perverso ateo que se persigna ante las costumbres del sexo en el clan de los Pourreux, de doña Estela y su maridito don Manfred Pourreux.

-¿Los interrumpo? Bonsoir, Carlos...¿Cuidando a mi Estela como siempre?..Te voy a robar a mi mujer unos segundos, después puedes seguir cuidándola.

El viejo Manfred. Todo el tiempo me habla como si no supiera, como si no supiera que yo supiera que él sabe y esa continuidad desinencial de la conjugación infinita: él sabe, yo lo sé, pero pretende que no sabe para que todos parezcan saber que él no supo ni sospechó jamás. Y toda esa conjura absurda, porque de alguna forma cree que así su dignidad de cornudo no mengua. Me habla como jugando al medioevo, al cavaliere servente que tiene tácito permiso para cortejar libremente a la señora de la casa, para satisfacerla. Me habla como si en realidad él se llamara di Vecchio y mi nombre no fuera Carlos sino James y me recibiera en su casa diciendo que piacere, que molto piacere. Me mira como si aprobara, como si para él fuera un descanso de sus obligaciones maritales, como si disfrutara que yo, un niño de esperma joven, cortejara a su mujer que necesita un mozuelo que la pasee, que la llene, que la alimente.

2

El salón está abarrotado. ¿De dónde ha salido toda esta gente? Frank el psicólogo habló, en primer lugar, de las condiciones neurológicas que permiten que dos o más individuos, conectados por impulsos eléctricos compartidos, palpen y paladeen las mismas cosas simultáneamente.

El Computólogo explicó después, cómo funciona la interfaz, cómo está construido el monitor de despliegue estereoscópico, y cómo se deben colocar las lentes LCD y el traje de latex. En un arranque heroico, el señorito Computador, comenzó esa vieja misa sobre la ciencia, (que él confunde con la vulgar tecnología); dice que somos afortunados de vivir en estos tiempos, que no hay nada imposible ni inimaginable, que se puede viajar al fin del mundo sin necesidad de mover un pié, que se pueden probar los platillos más exquisitos sin tener que masticar un ápice, que se puede escribir un libro sin tener que mover un dedo. Hasta un mono podría hacerlo.

Brutal. El discurso brutal del viejo sabio computacional conmueve a todos de una manera sincera. Yo mismo me digo que es inútil tratar de igualar esa destreza histriónica y retórica. Él y no yo, él es el verdadero escritor, poseedor de imágenes perfectas, extasiadas. Termina diciendo que es gracias al traje virtual que la ciencia permite superar las barreras espacio-temporales y vivir un instante-minuto-siglo en el Tibet, en la bahía de Hudson, o en la punta de la torre Eiffel.

Esa es, por cierto, la intención del negocio. El cliente llega, solicita un escenario exótico, una fecha en el calendario (el computador de realidad virutal es capaz de reproducir el clima y pormenores exactos de cualquier fecha dada) y nombra un acompañante. Luego vienen detalles concretos, como la tersura del vestido, la intensidad de la luz solar, el sabor amargo del licor y la consistencia de la carne escogida para el almuerzo.

¿Qué hace un escritor en un negocio como éste? Yo, ya lo he dicho, estoy aquí por Estela, nada más. Gracias a Estela cobro un cheque en la nómina ficticia de la empresa. Pero mi tarea en la práctica es simple. La gente rica en este país tropical es ignorante. Su vulgaridad es inversamente proporcional al lujo de sus carros, a la obscenidad de sus cuentas bancarias. Así que cuando escogen hay que darles cierta asesoría, cosas básicas. Decirles por ejemplo, que Paris no tiene playas naturales, que Europa no es un país sino un continente.

Cuando primero me contó Manfred sobre el proyecto pensé que estaba loco. La gente con clase preferiría viajar de verdad, conocer de primera mano los museos, las tiendas del mundo.

-La gente con clase, pero aquí sólo hay gente con dinero.

Tenía razón, la clientela del negocio son sobre todo nuevos ricos, que han salido del país una vez y han sufrido tener que comer platillos malentendidos en algún restaurante, o la desesperación de sentirse perdidos por no saber cómo llegar a cualquier parte y que no arriesgarán de nuevo pasar las humillaciones propias de quien se hace entender a señas, como atávico simio.

La idea del viaje virtual además es perfecta porque en una sociedad donde los adultos juegan a tener otra vida en la red, donde los curas pueden disfrazase de putas, o donde el bobo niño nerdo alcanza el status de propietario de la corporación más importante del mundo, el sentido de qué es real y qué no lo es, se borra cada vez más con un gusto casi morboso. En una época así, donde hay quien paga por “sexo virtual” sin intercambio ni contacto real, era lógico que la mente de Manfred pensara en esta agencia de viajes Aleph.

El Computólogo acaba, se hace un silencio y llega mi turno. Sólo debo probarme el traje y demostrar cómo funciona. Estela insiste en que sea yo, porque la realidad virtual tiene dos modalidades: la telepresencia y la inmersión. En la primera quien lleva el traje es puesto en un escenario dado, Copenague, 16 de Diciembre de 1996, por ejemplo, y de inmediato empieza a tener frío, a pisar el suelo nevado de las calles, a exhalar vaho por la boca. Pero todas estas sensaciones son inducidas en un proceso que va de afuera hacia adentro: externo, ajeno, alieno y, otro sinónimo más claro: extraño.

En cambio, está otra modalidad mucho más rica: la inmersión. Aquí, es el propio cerebro el que le dice al traje qué debe sentir. El cerebro y el usuario pueden saltar de un mediodía insoportablemente caluroso en Rub-al-jalí, a una tarde fresca en la Patagonia. El problema es que sólo el cerebro que ha acumulado cierta riqueza en sensaciones, cierta erudición de los sentidos, por así decirlo, es capaz de utilizar esta versión de la máquina al máximo.

Según el Computólogo, usando esta modalidad es imposible estar en lugares en los que no se ha estado antes. Así fue como creyeron que yo había estado en Entemphul y en Galapagos, pero no es así. Mi mente, lo digo con soberbia y sin ninguna humildad, ha alcanzado el grado excelso de la imaginación. Soy capaz de crear casi cualquier circunstancia, casi cualquier situación. Así es como impresiono, una vez más, a los asistentes.

Tan pronto como la demostración termina todos quedan maravillados. Me retiro detrás de un pequeño biombo donde intento despegarme del traje. Entonces siento ese pellizco en la nalga, como sólo lo sabe dar Estela. Se disculpa frente a todos, dice que debe supervisar algunos detalles de la fiesta, y yo también me levanto y ella ríe y dice no sé que cosa y los ojos de Manfred sobre mí, cómplices, porque sabe que mis ganas lo libertan, lo aligeran de esa engorrosa tarea que para un hombre de su edad no es deleite sino fastidio.


3

Cuando llegamos al frío gélido del baño para empleados, Estela me insulta y dice que soy un imbécil, que por qué no espere un poco para no hacer nuestra partida juntos evidente, algo tan obvio, y luego dice que me calle que no quiere oírme hablar, y se ríe, y dice que en fin, que qué va, que de todos modos todo el mundo ya lo sabe, que es la envidia de Miriam grande y Miriam chica, de Betty y de Geneviève.

-Mira que tirarte a un niñito de esos, no está nada mal, ardiente, con clase..!clase, tú! si te conocieran bestia, mugre y mierda como eres...

A Estela la excita el dirty talk. Manfred y ella no tienen hijos, ella estuvo casada antes, como seguramente después, pero nunca los tendrá porque es estéril. Por eso me trata como a un hijo en la cama que necesita ser disciplinado y hay golpes y sangre.

¿Es posible violar a un hombre? Antes pensaba que no, que forzosamente había consentimiento, el miembro duro, penetrando, consciente. Pero ahora, aquí frente a Estela, como cada vez, como cada noche, yo me imagino en algún otro lugar, y pienso que si así habría sido con ella, luchando, torpe forcejeo, patadas, risas, hasta que la lucha se confunde con ganas, con sudor, con el cabello erizado, con las pupilas dilatadas, con más ganas, con mi negra piel aprensada a sus huecos blancos, con sus uñas en mi carne, rasguños, devorando.

4

El espejo húmedo de sudor, la ropa despojada, embarrada sobre el piso, los dos bultos respirando y expirando. Estoy cansado y ebrio, somnoliento. Dos puñetazos fuertes y secos sobre la puerta me despiertan. Despego el torso de Estela de mí, que me aprisiona. Busco el apagador pero me golpeo con la esquina de no sé qué mueble. Los puñetazos continúan. Tiento en mi lugar el frío del suelo hasta poder localizar la tela de mis pantalones, pero es inútil. Los golpes aumentan, alguien abre la puerta de par en par. Del cuadro de luz que deja entrar el marco de la puerta espero que se dibuje la gorda sombra de Manfred, listo para vindicar el nombre de los Pourreux. Pero en vez de eso, tres figuras espigadas con armas automáticas, vacían disparos exactos sobre Estela. Yo me quedo de pié esperando. Siento cómo cada ráfaga me penetra también, mientras el tiempo se atasca de arriba hacia abajo, inmóvil, resucitado.

Una mano gorda enciende la luz del apagador. Es Manfred. Hijos de Perra. Yo espero que me remate, que me aplaste el cráneo hasta que escupa sangre. Pero ignora mi cuerpo desnudo, se abalanza hacia las ropas de Estela y saca de su bolso de mano una llave, la guarda, sale.

5

Un mes después paso por las demediadas ruinas. El edificio está cortado, por la mitad, como en esa pintura de Brueghel de la torre de Babel. Sobre el suelo se lee en un letrero: “Aleph, agencia de viajes”. Era hermosa, debo decirlo. La estructura piramidal, terminaba en una punta chata, truncada a propósito. Entre los medios escombros se pasea un ingeniero que reparte órdenes a un par de trabajadores. Me acerco y pregunto por el futuro del inmueble. Un poco reticente, me cuenta. El Fisco había confiscado todas las propiedades de Manfred como ya sabía. Pero ahora otro gran empresario como el propio Monsieur Pourreux, – amigo íntimo de otro gran cartel, también como él, aunque esto es sólo una suposición mía – quiere conservarlo, tal cual, como fetiche, como signo y amonestación. Quizá quiera continuar la idea del restaurante, quizá también tenga planes de una agencia de viajes. Voy a contarle lo de la Agencia de Manfred pero el ingeniero me interrumpe.

–Eso de los viajes..¡ni lo dude! pase derecho y sin escalas, en avión blanco, en avión verde, en pastillitas coloradas o cómo usted quiera, seguro ya conoce el menú.

Su risa burlona me hace ver todo claramente. Nihil novum sub sole. Para viajar al fin del mundo no hay necesidad de franquear las cuatro paredes de una oficina miserable, como Pessoa; ni salir del estanque de unas ranas miedosas como Sócrates; ni siquiera se necesita un estúpido traje de latex, ni un monitor de despliegue estereoscópico, como creía el Computólogo. Basta con poco de opio y un buen libro, como de Quincey. O sin la droga y con sólo el vademécum como J. L. B. que no necesitaba de opio, ni de traje, pero que, con todo, siempre se perdió de Estela, bellísima Estela.

domingo, 1 de junio de 2008

Un aleph

Un aleph soy yo.

Lo cual resulta incómodo para quienes creen en cierto tipo de culebras mordiéndose la cola, Bergson, grietas, dios, o cosas así por el estilo.

Justo ayer lo comprobaba (nuevamente). Paseaba por el jardín central cuando al dar un paso hacia al frente, así como se hace al caminar, me sucedió la conciencia aglomerada del paso no dado aún, el que iba dándose y el precedente.

Debido a ese tipo de sucesos me imagino como una grieta: única posible para la intersección --si se puede hablar así con tanta ligereza y falta de perspectiva-- de nuestros inventos cronoterrestresolares tan prometedores; y todo lo demás. Por así decirlo, como un hoyo negro contenido en un saco de huesos que a su vez, cumple la tarea de un prisma en el cual se difractan los tiempos.

Y a decir verdad, no se les puede controlar. Son como mariposas, imposibles de manipular o manosear sin suponer un "detenimiento". Por ello sólo se les analiza muertas, o suspendidos, según sea el caso. Siempre están ahí tendidos, distendiéndose, contendiéndose, confundidos en la majestuosa estructura que nos da la gracia de contener la memoria, el deseo y la experiencia, sea en su presentación individual, sea en su colectiva. Pero siempre nos falta el hábito de vernos viéndonos ver.

El dilema: nos sobra la manía de atribución. Y entonces ahí nos vemos inventando grietas a las cuales prestar el atributo que tanto nos "excede". Así de obtusos somos, lo suficiente como para no aceptar que tal amalgamiento, aparentemente fortuito, se da sólo en la conciencia: lo mismo en el sueño que en la vigilia.

A lo cual podrían decir que un ser humano es incapaz de contener en sí todas las experiencias, todos los tiempos, el devenir en sí mismo consumado y en movimiento. A lo cual objeto que ni aun encontrara un ser humano la grieta dichosa, podría comprender lo ahí visto sino lo hubiese intentado ya consigo mismo.

A lo cual podrían decir que lo individual no es equiparable con La Historia. A lo cual podríamos seguir debatiendo y una aporía tremenda se nos echaría a las espaldas.

Como quiera no creo en la Historia. Es un mero cuento chino para sostener que nada se nos pasa de largo. Pero sí creo en los cuentos, sobre todo en la ficción, únicos topoi donde un aleph se juega a sí mismo los retos debidos.

Antes que otra cosa: la omniprescencia. Lo cual permite, sea inventándose un objeto con tal atributo, sea postulando al narrador como el atributo mismo, jugar con el tiempo hasta desaparecerlo. Luego está el drama (o como se prefiera llamarlo): el cual permite sentar en un sujeto, de manera conciente, su situación de punto en el devenir. Siempre atado al pasado, consumiéndose en el presente, soñando con el futuro. También está la intemporalidad como objetivo estilístico: nada de nombres específicos, lugares, épocas que puedan; mérito que tanto conflictúa a los que antes de leer el hecho se proponen el estudio cultural y defienden al contexto como punto de partida.

Pero bueno, esos son vicios que ahora no nos incumben. Por lo pronto queda claro que para la ficción forjada a partir del reto, la Historia no cuenta, vale la realidad. Todo aleph que tome la potestad de su atributo, habrá de lograr manifestar su cualidad de grieta, de un vivenciador de mariposas que, antes de matarlas, va apreciando los aleteos, intercalando entre ellos lo que fue y lo que será, para él, la mariposa misma, y el mundo que a ambos los contiene.

Pero lo mismo son lugares (y tiempo), los cuentos, digo. Como éste por ejemplo, en el cual se pueden advertir dos cosas. Por una parte, que estoy sujeta a mi tiempo y por otra, que tal tiempo es todos a la vez, acuñados en mí palabra, aglomerados, confundidos e infinitos en mi memoria.