martes, 15 de julio de 2008

Apate de loco

De pronto todos estábamos excitados. La lluvia caía sobre nuestros cráneos pelones y yo era la única conciente de que era lluvia. Todos los demás, entre esquizofrenias, depresiones, violaciones, abortos y otros trastornos y razones, pretendían en la lluvia leche, semen, cáliz, llanto y demás gestos líquidos. Danzábamos como locos, ¡Vaya ironía! Danzábamos como cuerdos también mientras aleteábamos y nos esquivábamos entre todos intentando volar al horizonte donde la luz prometía ser más clara.

Unos nadaron entre charcos, otros los bebieron cuando encontraron olores etílicos en las aguas. Algunos otros más cristianos, lavaron los pies a los demás como indulgencia a sus penas. Todavía hubo algunos a los que el miedo a la naturaleza los venció y reflejándose en las ventanas, dejaron al misterio si eran lágrimas o lluvia las gotas de la ventana.

Yo me acosté para ahogarme de una vez por todas. Ya había intentado ahorcarme con la camisa de fuerza y tan solo quedaron marcas. Dejé de comer por tres semanas rechazando todo aquello que las enfermeras me dieron de comer o beber, tan solo bebí mis orines para no deshidratarme. Intenté atarme con las cintas de mis zapatos y con los cables de la luz a los barrotes de mi celda y éstas se rompieron. En otra ocasión me acosté debajo de la gotera del lavabo durante cinco días. Pensé que no soportaría las torturas. Nadie lo sabe cuerdo pero la locura te hace más fuerte.

Por eso es que tiendo mi cuerpo llagado al suelo y abro la boca para no dejar escapar las posibilidades de retener cuanto líquido pueda. Todos me pisotean en su algarabía y mis ganas abaten el dolor. Me desnudo ahora que me ven todos y me recuesto con la cabeza inclinada hacia atrás para que me entre agua en las narices.

Tan solo me entra agua en la vagina, y me llena el lugar donde no nacen hijos, entonces lo expulso con tanta fuerza, que mi odio, simula una fuente rota de trunca fertilidad. Es el orgasmo más sublime de mi vida.

Voy a gritar como lo hacen los mudos, con los ojos bien abiertos, tal vez quede ciega pero ahora que más da. Aquí resuelvo odiar, tanto como siempre, con tal intensidad que me abrazo con ansias y pasión mientras el agua rebasa mi vientre. Comienzo a sentir miedo, no sé que depara el último respiro.

Me he traicionado varias veces alzando la cabeza para odiarme unos segundos más, para ver el rojo atardecer y observar a quienes danzan, bellos como infantes que pretenden ignorar la belleza establecida. Para sentir el apocalipsis de mis latidos. Ahora yazco debajo del agua nuevamente, creo que estoy dejando de pensar, pero he logrado abrir los ojos , acostumbrados a las basuras de las penumbras. Es la última vez que exhalo.

Veo como los demás comienzan a brincar sobre mí buscando salvarme del semen y de la sangre. Se avientan uno a uno tratando de lograr mi salvación y tan solo se posan encima de mí, nadan en mi charco y ya no puedo ver ni sentir la luz. Me imagino, porque ya no pienso, que ellos creen que es el charco de la cordura y me quieren rescatar. No es tan malo ser cuerdo, aunque ya no lo recuerdo.

Uno tras otro van cayendo sobre mi, vaya espectáculo y yo con los ojos llenos de basuras sin poder apreciarlo con nitidez. Se vuelcan sobre mí en gemidos de placer, el coito condena a algunos a amarse mientras otros se flagelan entre si. La sangre comienza a verter de los araños y llagas frescas mientras la tormenta cae más fuerte. Se ha manchado mi bata, eso lo puedo ver todavía.

Grito de nuevo, pero ahora como lo hacen los sordos, todos me escuchan y se levantan espantados del temblor de tierra fecunda. Se retiran uno a uno, y no se ha quitado ni el último cuando yo ya voy flotando.

Todos siguieron danzando, los ví contenta de que aun comprendieran el drama es costumbre de cuerdos. Luego ciertos personajes albos que logré vislumbrar se agazaparon con mi ropa y picaron mi cuerpo con sus manos de porcelana. Uno me besó y otro susurró a mi oído:

- Espero no te engañe sentir dolor, nada es como uno se imagina.

sábado, 12 de julio de 2008

Hay 3 textos nuevos y un calvo en foto

También puse el Remake de "Nada que declarar".

No olviden pasar a verlo :)

Creo que sus comentarios surtieron efecto.

Un abrazo a todos.

*Oigan, ¿por qué no ponemos links a los blogs de cada uno?

Domingo del juicio (aunque no sea final)

Ya que andamos en ánimo permisivo, hace una semana le sacaron las muelas del juicio a mi hermano y recordé algo que escribí cuando me las sacaron a mí (en el 2004). Ya pasó su fecha de caducidad (tiene algunas partes descompuestas y no ando en ánimo de hacer corrección de estilo en este momento), pero bueno, se los comparto.

Sepelio de un juicio

Es de llamar la atención los personajes que se presentan a un sepelio: con sus caras largas y tristes, con la sal pegada a los cachetes (recuerdo de las lágrimas caídas), con sus fingideces empáticas que no saben ni respetar el derecho a sentirse incomprendido, que insisten en acompañar y consolar mientras sus horarios agendados les corren por la cabeza y la pinta de los enlutados no hace más que darles espectáculo. También se atreve, una que otra personalidad fresca, a traer su algarabía. Los luctuosos normalmente desempeñan su papel de despreciadores instantáneos del gozo, pero una parte de su dolor se alivia con la sonrisa de alguien. Peligrosas sonrisas en el velorio de un juicio; ya es cotidiano esto de perderlo o entregarlo sin más.

Qué semblante el del Payaso al entrar. Pantalones espaciosos que caen al parejo en toda su negrura, de tirantes amarillos con motas rojas sosteniéndole la dignidad por encima de una camisa blanca bien almidonada, los esconde bajo un saco de dimensiones extraordinarias y color estipulado para la ocasión. Con su divertissement trágico, insolentes, se le adelantan un par de zapatos tamaño burla que llevan el ritmo de su profesión y vienen a arruinarle ese “poder ser tomado en serio”. En signo de reclamo, al llegar al ataúd, se inclina sobre el ausente y comienza su reclamo:

“¿Por qué te fuiste, Juicio cobarde? No resististe esas punzadas que sentías en el pecho al ser criticado, repudiado diariamente. Sé que no era fácil serte ni tenerte, que estaba escrito que habías de claudicar un día por “inservible”, aunque yo crea que fue por inapreciado, por inatendido (yo sé lo que es alimentarse de la atención).

Te robaste una de mis carcajadas favoritas: DEVUÉLVEMELA. Sin Juicio no le ve caso al aparecer: me aceptó que divertirse sin ti la harta: eran tus esfuerzos inútiles porque no apareciera lo que hinchaba sus ganas de mostrarse y llevarte la contraria. Ahora sale de vez en cuando y camina: ¡CAMINA! Figúrate. Ya no salta ni rebota, ni megafonéa sus ironías. Todo y nada le parece gracioso. Carcajada se ha vuelto una risa constante: de idiota, de sin chiste, de sin alboroto o inoportunio. Todo por tu partida, Juicio. Ahora te dejo, con tu espacio vacío y un a-gra-de-ci-mien-to (sarcástico) por regalarme una butaca más de risa transparente, de sin sentido. Mi profesión consiste en contradecir al Juicio con los tropezones y los por-qué-a-mi, para hacerlo retorcerse y soltar a Carcajada. Ahora, sin Juicio, ni Carcajada, me quedo con una Risa despreocupada y un poco más de desempleo cirquero.”

Flor de goma rosa y chisguete desde el polen amarillo, arrancada de la solapa y aventada a la caja en tono sepulcral.

Se acerca el cura. En la esquina de los labios se le nota un no-se-qué de agradecimiento, imposible de ocultar, disimulándolo con Rosarios (en misterios dolorosos. No podía ser tan descarado). Distinguible por su sotana, que da otro significado al “cuello blanco”, superior en sus aires, reparte bendiciones y consuelos divinos a las “Magdalenas” que lo rodean. Con su modestia prudente y de “Divina Providencia”, flota hasta el espacio vacío dejado por el Juicio. Comienza su sermón:

“En nombre de Dios y de la comunidad parroquial, mi queridísimo y ausente Juicio, vengo a darte las gracias por tu oportuna partida. El Cielo te pague la cantidad de fieles entregados que me has regalado con motivo de tu abandono. Pero no oses pecar de soberbia, Juicio; no se acercan porque les preocupe tu paradero, ni porque busquen para ti un “lugar mejor” después de tu partida (no te preocupes, ya te ando tramitando una Suite con el Vaticano); se acercan porque, sin ti, les ha quedado el camino libre para creer: sin cuestionar, ni reflexionar, ni sentir. Tan solo obedecer. Antes que la razón, Dios. Después del Juicio, Dios también. Sé que lo entendiste Juicio, ¡pícaro insolente en vida! ¡inquisidor fabulosamente incómodo! Te largaste y ahora no sé cómo va a evolucionar esta fe. Pero sí sé que se llenará el templo, que se corearán con mayor fuerza las invocaciones, que saturarán canastas y alcancías de diezmo. Ya vendrán, sin tus cuestionamiento, fines del mundo atrozmente inevitables, ofertas de última hora de salvación eterna, descuentos en culpabilidades por “servicio” a la Institución y rebaños de fieles desesperados por no desaparecer como tú. Les daremos sustento; su pan y agua de cada día, sus dosis de miedo, sus untadas de alegría, sus ilusiones vanas. Admiro tu comprensión Juicio. Tantas veces oré por tu partida y me topé con tu terquedad analítica. Y ahora claudicaste. Sin más ni menos, porque se te menospreció. (En mi caso creo que te había sobre estimado)...”

Silencio y pasos discretos, tras una cara de sepulcro blanqueado, acaba por dejar un escapulario de la Virgen sumisa enredado en manos del Juicio atormentado.

Tímidamente lo ve alejarse, desde la esquina oscura, la niña del vestido blanco de encaje. Ella no sabe. Ella no conoce. Ella apenas es ella. Pero sin Juicio, y se acerca.

“Hola”, murmura. No tiene idea cómo presentarse frente a un desconocido tan frío; como siempre, mientras nos dura la infancia, opta por ser franca y transparente. “No nos conocimos, pero he escuchado de ti. Creo que se habla más de ti de lo que realmente se te conoce. Míralos, no pueden ni verte a los ojos. Parece que no les vas a hacer falta. Es como si hubieran renunciado a ti incluso antes de que partieras. Pero aquí sigues y así también sus conversaciones: sobre ti, sobre quien eras, sobre buscarte y perderte...bla,bla,bla. Palabras. A veces escucho como zumbidos a mi alrededor, pierden sentido; pienso que en ocasiones hablan porque no saben (o no tienen con qué) llenar el silencio, les asusta porque es vacío, porque no les dice nada tampoco, porque no saben escuchar.”

“Algunos días estoy triste. Aquí no les gusta la Tristeza, la ignoran, la pintan de arcoiris, de día soleado, de sonrisas...y mi Tristeza se vuelve aun más triste y se esconde, como yo. De pronto no la encuentro y me hace falta. Entonces llega mi Enojo, es muy impulsivo ¿sabes? Le gusta romper cosas: como el jarrón de mamá o las sonrisas de los otros, le molesta la compañía de Felicidades, pero yo sé que en el fondo lo tranquiliza. Él finge que no, que se harta y se va. Le encanta la atención, ya lo conozco. Y otras veces, sopla el viento en la cara o la paleta que me compro sabe a frutas y me gusta...entonces sonrío; también me pasa cuando se me acerca otra sonrisa, o cuando salto la cuerda y casi me caigo...llega mi Felicidad, se infla y siento que voy a explotar, entonces me carcajeo. Siento que me duele la panza, que se me llenan de agua los ojos, que me doblo y me retuerzo, como los gusanos (creo que a ellos los visita seguido) y cierro los ojos (no sé por qué no puedo abrirlos) para no verla, pero la siento. A esos, los que están tan triste hoy porque te fuiste, tampoco les cae en gracia que me visite Felicidad. Me piden que me controle y no entienden que no soy yo, que es ella; y yo no entiendo por qué he de “controlarme” si siento como cosquillas y me sabe a rayo de sol en la cara. Entonces Felicidad cada vez que viene se infla menos y me deja sonrisas como recuerdo de que estuvo ahí.”

“Juicio, no sé decirte nada serio, nada importante. Soy una niña. Dicen que tengo que aprender mucho, que no sé nada ahora. Yo quisiera entender, pero me habían contado que algún día habría de encontrarte y que entonces sería entendible todo lo que me pasa, estas visitas y confusiones de mis Sentimientos, las rarezas de los que me rodean y alguna vez te conocieron. Ahora creo que nunca voy a explicarme estas cosas.”

“Seguro tú eras como un viejo sabio de esos que dan consejos, abrazos y paletas de frambuesa. No lo sé, pero me hubiera gustado conocerte. Dicen que haces falta en el mundo, pero nunca sentí que realmente estuvieras aquí porque no te encontraba. Por eso creo que no me vas a hacer falta, porque nunca fuiste parte de mi vida y me he dado cuenta que los grandes olvidan fácilmente, para ellos todo se define en “hoyes” y mañanas, pero los “ayeres” no son muy solicitados, y yo un día voy a ser GRANDE. Me enseñaron que cuando alguien ya está como tú, entre paredes de madera, hay que meterlo en un “ayer” y echarle tierra encima, para de vez en cuando llorarle una lagrimita o dos y llevarle flores. Eso espero hacer contigo Juicio, aunque nunca nos hallamos contado de qué sabor preferías los helados o qué nos gustaba más, si la lluvia o las muecas chistosas. No importa Juicio, no quiero que te dejen solo. Yo tengo a mi Soledad y no se siente bien, le gustaría estar acompañada; seguro tu tienes también una, las juntamos y así ya nunca van a reclamarnos...”

Del brazo, la niña es tirada por su madre lejos del ataúd porque las flechas del aparato que lleva en la muñeca apuntan ya, una al número doce, otra al número nueve. “Hora de dormir” para la pequeña. Curiosos conceptos.

De zapatos boleados y manos pequeñas, se aleja. La “desconocida” entre los “juiciosos”. Mientras que en el rostro del Juicio, con esperanza infantil, se curvan los labios en irónica sonrisa.

viernes, 11 de julio de 2008

Remake (con agradecimiento implícito). Espero sus comentarios.

NADA QUE DECLARAR

( )

Las puertas de vidrio se abren. Se cierran. M. sostiene el letrero con ambas manos, lo pega al pecho como si el nombre escrito con plumón indeleble fuera capaz de darle un abrazo. “Ella volverá”, repite en voz baja, “ella volverá”. Con cada destello del semáforo de la aduana sus pupilas se dilatan; de nuevo se contraen. La espera infructuosa ha quedado escrita en las arrugas de su rostro. Su voz se difumina hasta convertirse en silencio.

De pronto las esquinas de sus labios se curvan hacia el techo levemente, sin escándalos: hay un secreto que por fin ha logrado descifrar.

( )

Las puertas se abren. Se cierran. M. siente como se tensa su tersa piel en la espera. Se alisa el vestido color arena para que le cubra los muslos hasta el nacimiento de las rodillas. Como cada vez que viene de la universidad, tiene los ojos fijos en las puertas de cristal y un café en la mano. Hoy lo pidió negro. A veces lo pide con crema o con Kalhúa, o no pide nada porque no viene de humor. Lo que no puede faltarle es el letrero, siempre ese nombre en alguna de las manos, esperando a ser visto, esperando un rostro familiar.

Junto de ella, contra la columna redondeada, reposa una mujer de rostro canela, arrugada como nuez de castilla. El brazo se le nota cansado de tanto estirarlo y guardarlo, a veces con un poco de cambio que echa al mandil bordado de colores, a veces vacío. Fuera de ese movimiento de palanca mecánica, la mujer es un bulto vestido con telas percudidas por el polvo de los pasos de quienes vienen para partir; no como ella, que pide ayuda para poder quedarse.

M. ve a la gente caminar con sus maletas y piensa en el gran mito que es la rotación: la tierra no se mueve conforme a las manecillas del reloj, menos aún sobre su propio eje. El mundo transita por pasillos y rostros; las nacionalidades se definen por estados de ánimo –ahí está uno para el que todos los días son grises; un poco más allá, un silbador de mejillas rosadas-. Da un sorbo más a su café y observa a la gente que sale de entre las puertas de cristal. Sí, en el aeropuerto no cesa el movimiento, entradas y salidas de todos los tipos: llegadas de buenas ideas, partidas de relaciones; retrasos de pagos registrados en gestos, cancelaciones de sueños programados para salir de la sala seis. De pronto cree verla y se para de puntitas para escalar la mirada sobre los hombros vecinos: no, no es ella. Ni hablar, seguirá esperando. Pero M. sabe cómo es esto, la lógica del territorio vértice que es el aeropuerto, donde todo aquél que se va, jamás atravesará aquellas puertas siendo el mismo. El trayecto a través de los gusanos alfombrados que van de la cabina a las salas de espera hace que cualquiera olvide su nombre. Tal vez eso le ha pasado a ella: olvidó su nombre y por eso no reconocerá el letrero.

El hombro de un hombre, distraído (o no tanto), empuja a M. y sus papeles, con todo y letrero, van a dar al piso. Las rodillas de él y de M. se doblan a cuatro tiempos, casi chocan, pero logran aterrizar en el suelo, en pistas paralelas. Él levanta los ojos para mirarla pero sólo encuentra esa coleta, perfectamente alaciada, ondulando de enojo. Ella recoge frenéticamente los papeles, sus ojos atrapados entre dos cejas fruncidas como los vestidos de smog que usaba cuando pequeña, en esas fiestas en que M. abría su vestido como Marilyn Monroe sobre la rejilla de viento con tal de acaparar una mayor cantidad de dulces, aunque entonces M. no supiera quién era Marilyn Monroe, aunque después ni siquiera se comiera los dulces.

En el juego de miradas pasan medio minuto de tartamudeos, intentos de reclamo contra intentos de conquista disfrazada de disculpa y curiosidad. De pronto, coinciden. Ella no quería, pero se miran. M. se apresura a vestir su sorpresa de enfado por la torpeza de este…este…macho (olvida que ella es hembra). Justo entonces, a M. se le ocurre que ella puede atravesar las puertas en cualquier momento, que, por arreglar este desorden, ella puede pasar de largo. Termina de recoger y camina hacia el otro extremo de la sala. Casi tropieza con el bulto canela que bosteza a su lado. Él la mira alejarse con una pregunta en el rostro, atorado entre las pestañas un signo de interrogación.

En ese instante, M. siente contonearse con uno de los vestidos estampados de su infancia. Con alas de tela, voltea un segundo, girando sólo la cabeza. Le sonríe a aquél desconocido. Inmediatamente después cubre su rostro con el letrero y se dispone a esperar.

( )

Se abren las puertas. Se cierran. “Son las doce”, dice M. para sí misma, mientras apoya una de sus manos en la cintura engrosada por los años pasados frente al monitor y los deseos mal digeridos. Deja que las palabras escapen levemente de sus labios porque sabe lo sexy que puede ser un ligero mohín en la boca, aunque sea pre-fabricado. El letrero con su nombre cuelga flojamente de su mano izquierda; ni siquiera lo siente entre sus dedos. Ese trajeadito de allá no está nada mal; nota un llavero BMW entre sus dedos y, “sin darse cuenta”, se deja caer lentamente contra la columna, curveando la cadera lo más posible al exterior, tanto que las costuras de su falda color arena amenazan con romperse. Poco le importa el anillo de la mano contraria, como francotirador profesional centra su objetivo entre los círculos de iris y pupila y concentra toda la energía de su pelvis en dos ojos peinados con rímel del más alto calibre. Tirará a matar. Sabe que si su mirada es lo suficientemente fuerte, a él le tomará menos de diez segundos voltear.

10…9…8…7…De pronto, M. siente tremendo empujón: una cabeza de niña se le encaja a la mitad de las nalgas. Los tacones se le enredan y la cadera ejecuta una pirueta tan espectacular que si algún dueño de circo hubiera estado ahí cerca la hubiera contratado para un acto especial. Sus reflejos cuasi-felinos no le alcanzan para salvar la caída: M. se va de bruces contra el piso de mármol helado y sin glamour. Escucha una risa detrás de ella; inmediatamente M. apoya una mano sobre el suelo para levantarse, mientras con la otra recoge el letrero del piso. Una vez de pie, sus ojos se abalanzan sobre la pequeña color canela abrazada de la columna. “¡Las trais!”, grita la niña emocionada y sale corriendo de nuevo; en su vestido de manta ha quedado atrapada una parvada completa de flores en colores cálidos. “Escuincla estúpida”, escupe M. en voz baja. La costumbre hace que esas palabras también escapen levemente de entre sus labios, aunque esta vez su gesto parece, más que un mohín, un hocico digno de bozal.

Entre resignada y furiosa, M. estira el brazo con desgana para poner de nuevo el letrero con plumón indeleble al frente de ella. Espera…¿no es ella? Ve a una joven atravesar las puertas de cristal con una pañalera color arena al hombro; lleva el pelo perfectamente alaciado, amarrado en una coleta, y camina tranquila, empujando una carreola. M. siente que la sala se ilumina cual si hubieran prendido reflectores sobre de ella. Grita su nombre pero no percibe ninguna reacción en el rostro de ella. Otra esperanza en falso.

Sabía que no llegaría.

M. ve cómo, de pronto, un par de manos cubre los ojos de la joven con carreola. Ésta se libera del misterio para colgársele como orangután a un tipo flaco con lentes que parece estar feliz de verla. M. suspira y estira, una vez más, la mano con el letrero. La niña de piel canela la mira desde la cabina telefónica y ríe: M. no sabe que está mostrando el letrero al revés.

De entre las puertas sale un hombre cargando algo parecido a una tabla rectangular, casi de la estatura de su cuerpo; parece que le cuesta trabajo maniobrar entre la gente. M. se olvida del letrero un momento, interesada en el objeto, posa como Marilyn en el escaparate vivo de How to marry a millionaire. El hombre camina hacia ella sin mirarla y deposita su enorme rectángulo en el suelo, lo levanta con cuidado; esta vez lo carga del lado contrario. M. deja escapar un grito agudísimo pero lo asfixia al momento. El rectángulo opaco se ha convertido en un espejo y M. ha visto lo peor en él: su primera arruga, justo en el marco de su mohín estratégico.

( )

Las puertas se abren, ahora se cierran. M. avienta su voz adolescente contra los que van llegando:

“¿De dónde vienes?”

“Disculpa, ¿me puedes decir de dónde vienes?”

“¿En qué vuelo venías?”

Sus respuestas no significan nada para M. Anda con los hombros caídos, jorobada y oscura, lleva unos baggies color arena, una playera negra con el nombre de algún grupo de rock. Mientras tanto, la mujer de la columna intenta acallar el llanto de su bebé con una teta lechosa en la boca. Canta una canción de cuna en un dialecto de palabras suaves, maternales, de ésas que sólo pueden pronunciarse cuando dos cuerpos laten a un mismo compás. Aprieta un bultito enrebozado contra su pecho, hunde la cabeza entre los hilos de colores y se pierde en una tormenta de besos. Ya surcan su piel canela las primeras líneas de vida.

M., a unos cuantos pasos, refunfuña. Ve las puertas abrirse y se emociona con la silueta de una mujer. La ve salir y vuelve a encorvarse: es una vieja enjuta, de suéter color arena y ojos brillosos, como de quinceañera. Los semáforos cambian contínuamente: del verde al rojo, del rojo al verde. M. penetra lo traslúcido de las puertas con su mirada adolescente, sus ojos son dos profundos desafíos en un rostro que apenas ha dejado la infancia. Salen muchas personas, pero a ella, M. no la reconoce. De pronto escucha cómo alguien aclara la garganta a su lado. “¿Qué quieres?” “¿Sigues esperándola?”, le pregunta una voz dulce y avejentada, M. asiente en silencio; el letrero cuelga de su mano izquierda, a unos pocos centímetros del suelo. La vieja ve cómo M. aprieta los puños; entonces estira el brazo bajo el suéter color arena para poner una mano sobre el hombro de la pequeña. Y calla. Presiente una lágrima en el rostro de M. La vieja permanece detrás de ella y mira también hacia las puertas traslúcidas; se le escapa una sonrisa compasiva pero, como está atrás de M., no le preocupa: Sabe que nunca la verá atravesar esas puertas mientras se aferre al letrero que tiene en las manos. A pesar de ello, la vieja permanece junto de ella.

( )

Aún con las luces del pasillo encendidas, se siente dentro del aeropuerto la oscuridad del exterior. Quedan pocas siluetas esperando frente al reloj del área de llegadas. Las puertas se abren y se cierran, sólo que ahora con menos frecuencia que durante el día. Una cada diez minutos, quizás. M. sostiene el letrero bajo el brazo cubierto de estambre color arena. Mientras se abre una de las puertas, ella da la bienvenida a un bostezo. Sus ojos pesan con la dulzura del descanso anticipado; los pliegues del sueño se confunden entre sus arrugas. Con los ojos cerrados, escucha el paso de unos huaraches de piel que aún huelen a animal de rancho. Abre los ojos. Frente a ella, inmóvil, una joven con falda de manta y rostro canela sonríe con la frescura del medio día. “¿A quién esperas?” M. deja que su rostro se recupere tranquilamente tras el bostezo, mira a la joven y saca lentamente del costado el demacrado letrero. M. se lo muestra y sonrié con dulzura al mismo tiempo que alza los hombros:

“No es importante.”

( )

Son las ocho de la mañana, la fila de toda aerolínea es más larga que el camino al destino más cercano. Las máquinas de café resuellan como caballos de aliento húmedo y brioso. El mundo transita sobre la alfombra recién aspirada, la señalización del aeropuerto conduce a hombres, mujeres y niños por su camino. Algunos destinos cambian de sala de partida. Al fondo pueden escucharse gigantes metálicos realizando el prodigio de flotar sobre el suelo. Y a pesar de ello nadie se maravilla. Miles de rostros transitan codo a codo, ojo a ojo, talón por talón desgastando el frío mármol del pasillo principal del aeropuerto. Bajo los pies de la muchedumbre, un pedazo de cartulina blanca se pasea entre tenis y mocasines, de vez en cuando un niño lo patea hacia cualquier lado; sobre de él parece estar escrito un nombre, con letras de marcador, pero el polvo y el paso indetenible de los hombres vuelven imposible saber cuál es.

miércoles, 9 de julio de 2008

jueves, 3 de julio de 2008

¿ ?

La calva flota suspendida en al Red.

¿Qué pasa? History Revisited la mantiene al aire, las vacaciones, el desentusiasmo, ¿qué? ¿qué?

A mí, en buena parte el reto. Ahí va, lento pero seguro.
Pero bueno, ¿Cómo van esos histories de vosotros?

Pensaba en que igual, para movilizar esto, podríamos escribir algo más "light".
Quizá un relato dominguero vacacionista, ya que las fechas, al menos para mí que no laboro, se prestan para ello.

¿Cómo ven?
¿Seguimos a la espera de los revisited o le damos a otra cosa mientras?

lunes, 9 de junio de 2008

Re-visited

Aunque ayer el asunto no me entusiasmo porque francamente lo veo lejano, lejano pero no imposible, hoy me levanté con la cosquilla de la revista. De hecho, la REDE estaba pensada como revista. Mjo y Pablo, les explico: Rede significa palabra en alemán, según yo (marigüanamente porque casi estoy seguro que no es así pero qué diablos) también como logos en griego, tiene todos esos matices de discurso y ciencia y... en una palabra in-formación (para citar la idea de Pablo). La revista pretendía ser temática y el nombre cambiaría según la ocasión, iba a haber un número dedicado a las vanguardias que pretendía ser: RedE Avante. etc. La cosa también era no encasillarnos en revista de creación sino que también hubiera, crítica, reseña, crónica, y también aunque el tema era uno el enfoque podía ser científico, o artísitico y no necesariamente literario.

El proyecto, como todos, empezó demasiado ambicioso, y aún lo es. Pero se me ocurrió que en realidad, los ejercicios son una especie de eje temático. De modo que ya podríamos decir que tenemos dos números 1. RedE Grieta y 2. Rede Parodia o RedE Tecnia o REde historia revisited o como quieran.

Claro está el pequeño inconveniente del papel y el dinero, always the Goddamn money. Pero también se me ocurre que podríamos hacer una versión virtual ¿Bloggera? el diseño editorial quizá sería pésimo -ustedes saben más de eso- pero serviría como ejercicio editorial. Además ahí podríamos invitar a los colaboradores y dejar esta página de la redecalva como recinto del taller, elitista recinto. En la revista, en cambio ejerceríamos el poder de la censura y la selección natural darwiana: éste sí, éste no ¿fascista? Puede ser, pero en esta experiencia me llevan ventaja, (por lo menos M. y Pablo).

Así también nos obligamos a pulir perfectamente los textos, e incluso, a escribir otros sobre el tema. Se me ocurre que Pablo, podría publicar además de sus poemas, el texto de Son de Noche como crónica (La grieta está que ni mandada hacer; quizá incluir fotos si Borda se avienta el tiro) y yo podría hacer la reseña literaria (Antes de que me gane Borda) y así sucesivamente, y ya digo, quien quiera hacer invitaciones y quien quiera entrarle pues bienvenido.

Cómo ven?

Digo, apenas es una tímida y mal viajada idea pero ya saben este tren en el que nos subimos todos y esta estación del Ocio.

Saludos.

viernes, 6 de junio de 2008

que trampa

jaja. sí, yo ya tengo la mía: ese mismo día estaba tan clavado que ya me la inventé:

cuando pregunta ya responde, al descubrirla no se esconde ¿qué es?.

ludus agonicus

paseando por la red de transporte público escuché: "en el agua nace y en ella se deshace; ¿qué es?." después de muchas vueltas no alcancé a responder que "la sal" era La respuesta pero el ejecicio me cayó dulce, dulce. Pense en la naturaleza de la adivinanza y pensé que sería un excelente ejercicio para nosotros, ya saben, por aquello de que lo "obvio" resulta en varias ocasiones "obtuso" y en que la síntesis y el límite (o si seguimos a aristóteles: la magnitud), son parte fundamental de todo arte. jaja. en fin, mucho blabla: La propuesta es hacer adivinanzas, (teorizar el género también, sin contar haikus, bombas y toda suerte de composiciones breves, sólo adivinanzas) una por persona. tenemos esta semana.

miércoles, 4 de junio de 2008

Espacio y tiempo.

Pregunta Mjo, y con razón, que dónde está el Aleph en mi cuento.Y eso me obliga a una aclaración. Respondo aquí porque nos incumbe a todos. Cuando el ejercicio, dije: "esa costra donde se ve pasado, presente y futuro." Pero releyéndolo me di cuenta que estaba mal. En un nota sobre su escrito Borgitos dice "lo que la eternidad es al tiempo el aleph es al espacio" De modo que A no tiene que ver con la simultaneidad sino con la ubicuidad.

Me di cuenta de esto tarde, ya Pablo y Majo estaban en planes de captar la eternidad en sus textos, de modo que no dije nada. De todos modos ¿Se puede hablar realmente de espacio sin pensar en el tiempo? El mismo Borges escribe: "vi en un traspatio de la calle Soler las mismas baldosas que hace treinta años vi en el zaguán de una casa en Frey Bentos", insertando en su epifanía aléfica, todo el tiempo, cosas remotas (pasadas) y a la vez cercanas, (presentes).

Yo quise burlarme de esa discusión filosófica profunda y elevada, con el traje de realidad virtual, parodia de la costra, que como saben, junto con el sexo virtual, no es para nada producto ficcional de una imaginación a la Verne, sino, "realidad" contemporánea. Con él se está aquí y en dondesea, como Borges en el sótano de la casa de Beatriz Viterbo, a la vez que (otra vez el tiempo) en Quéretaro y en tantas partes.

Cómo ven? nos echamos otro ejercicio sobre el verdadero Aleph espacial y no temporal? No lo creo. Pero en serio, posteen ya el otro ejercicio, les doy de aquí al viernes, o, tiránica y aborasadamente tendré que hacerlo yo mismo.

Ted, Charles, Bondy, Harvey, Oswald.