Quería empezar un cuento, escribir deslizando las teclas como mantequilla. Hoy por fin, tenía el comienzo:
Compartían la manía de nunca acabar. Como otros cuando gustan de hincar mordiscos nerviosos a las puntas de las uñas, o de hurgar en la nariz, ella alimentaba su hábito sin remordimientos.
La mesa de la cocina salpicada de panes mordidos en la orilla y dejados a medias, el librero de la sala adornado de libros con separadores a mitad y con páginas nunca leídas, el cuarto atascado de proyectos inconclusos, de sueños fracturados.
Era algo que aceptaba, preguntándose a veces por qué sería así, pero sin que le molestara en realidad. Creía que era un rasgo y nada más, como las que tenían el cabello claro, o la mirada despistada; algo que la hacía única y verdadera. A veces le había servido incluso para coquetear, para ganar alguna simpatía, algunos ojos húmedos de deseo.
Tampoco en la agencia le había traído problemas. Su jefe la toleraba porque su gran creatividad e inventiva suplían su falta de constancia. Había sido precisamente ella la que tuvo esa idea para el comercial de sopa instantánea y fue también ella quien sugirió el helicóptero con la lluvia de publicidad en el estadio, papeletas moteadas cayendo del cielo, como copos de nieve; la gente estirando al máximo los brazos flexibles para atrapar, con saltos y sonrisas ansiosas.
Tenía el trabajo perfecto para su carácter. Los abogados deben ser firmes, embusteros, los médicos fríos, sensatos, los publicistas dispersos, entusiastas de todo y finalistas de nada. El problema era ahora que quería ponerse a escribir; tenía grandes líneas para abrir y luego, letras sin acabar, puntos suspensi...
Todo empezó a complicarse tras las sesiones de sexo con Martín. Una cosa era no poder terminar una frase, dejar el arroz medio cocido, un boceto sin manos ni ojos, pero nunca terminar con Martín era algo que le preocupaba. Las últimas semanas habían estado fatal: ni un sólo orgasmo.
A la hora del buen sexo, ella se quedaba sin aire, azul. En el fondo de sus primeros gemidos y en el negro infinito de su esófago cantaba una nota roja, siempre la misma. La primera vez, todavía niña, la dulcificó pensando que no hacerlo sería de mal gusto. Y luego, cuando fueron constantes, cayendo una a una, gotificadas como en cascada, no supo cómo atenuarlas rompiendo en llantos de desmayo y muerte febril.
Pero ahora nada de eso pasaba, ni una gotita miserable. Pensó que no era ella sino el hombre. Cambió de pareja dos, tres, hasta cinco veces: nada. La entrada era maravillosa, pero por alguna razón, no había final feliz.
Esta noche verá a alguien nuevo, recomendado. Caminando hacia el lugar acordado piensa en las veces que ha tenido que fingir, la torpeza de todos esos amantes que le permiten imaginar listas y contarse los deberes de la semana, mientras ellos satisfacen su pequeñita gana.
Una vez adentro, en medio de aquella cama de paso, embarrada contra las sábanas blancas y su geografía de arrugas, su mente acechaba un orgasmo, una chispa, una ráfaga...Jura que esta vez...Murmura mentalmente...unos dedos como tenazas la devuelven aquí y ya dice que sí otra vez, ah, claro, que cree que sí, que qué gusto y que ah otra vez, hasta la sangre apagada del latido y el ah de la vena palatal, hasta la ay y la ey de tanto sentir la ay y la ey de ese cuchillo en su garganta y esa rosa en su pubis.
Ninguna rosa, no. No podía terminar con una imagen tan falsa, no había sentido...pero es que era tan difícil explicarlo con letras. Esas pequeñas hormigas laboriosas que no se prestan a los amontonamientos en hemiciclos abruptos...No podía escribir “rosa en su pubis”, tan cursi, tan hipócrita. Además no estaba segura si había... Era tan difícil distinguir entre el blanco de las sábanas y el del papel...Juró que terminaría pero seguía dando vueltas con eso de “la vena palatal”... y “ay”... ¿por qué no simplemente escribir orgasmo?.. Porque no era exacto, no era...como el cuchillo...que tampoco podía ser un “cuchillo”, no era nada, era un todo imaginado sin final, como su cuento que iba a terminar pero que aún no sabía cómo...