domingo, 1 de junio de 2008

Un aleph

Un aleph soy yo.

Lo cual resulta incómodo para quienes creen en cierto tipo de culebras mordiéndose la cola, Bergson, grietas, dios, o cosas así por el estilo.

Justo ayer lo comprobaba (nuevamente). Paseaba por el jardín central cuando al dar un paso hacia al frente, así como se hace al caminar, me sucedió la conciencia aglomerada del paso no dado aún, el que iba dándose y el precedente.

Debido a ese tipo de sucesos me imagino como una grieta: única posible para la intersección --si se puede hablar así con tanta ligereza y falta de perspectiva-- de nuestros inventos cronoterrestresolares tan prometedores; y todo lo demás. Por así decirlo, como un hoyo negro contenido en un saco de huesos que a su vez, cumple la tarea de un prisma en el cual se difractan los tiempos.

Y a decir verdad, no se les puede controlar. Son como mariposas, imposibles de manipular o manosear sin suponer un "detenimiento". Por ello sólo se les analiza muertas, o suspendidos, según sea el caso. Siempre están ahí tendidos, distendiéndose, contendiéndose, confundidos en la majestuosa estructura que nos da la gracia de contener la memoria, el deseo y la experiencia, sea en su presentación individual, sea en su colectiva. Pero siempre nos falta el hábito de vernos viéndonos ver.

El dilema: nos sobra la manía de atribución. Y entonces ahí nos vemos inventando grietas a las cuales prestar el atributo que tanto nos "excede". Así de obtusos somos, lo suficiente como para no aceptar que tal amalgamiento, aparentemente fortuito, se da sólo en la conciencia: lo mismo en el sueño que en la vigilia.

A lo cual podrían decir que un ser humano es incapaz de contener en sí todas las experiencias, todos los tiempos, el devenir en sí mismo consumado y en movimiento. A lo cual objeto que ni aun encontrara un ser humano la grieta dichosa, podría comprender lo ahí visto sino lo hubiese intentado ya consigo mismo.

A lo cual podrían decir que lo individual no es equiparable con La Historia. A lo cual podríamos seguir debatiendo y una aporía tremenda se nos echaría a las espaldas.

Como quiera no creo en la Historia. Es un mero cuento chino para sostener que nada se nos pasa de largo. Pero sí creo en los cuentos, sobre todo en la ficción, únicos topoi donde un aleph se juega a sí mismo los retos debidos.

Antes que otra cosa: la omniprescencia. Lo cual permite, sea inventándose un objeto con tal atributo, sea postulando al narrador como el atributo mismo, jugar con el tiempo hasta desaparecerlo. Luego está el drama (o como se prefiera llamarlo): el cual permite sentar en un sujeto, de manera conciente, su situación de punto en el devenir. Siempre atado al pasado, consumiéndose en el presente, soñando con el futuro. También está la intemporalidad como objetivo estilístico: nada de nombres específicos, lugares, épocas que puedan; mérito que tanto conflictúa a los que antes de leer el hecho se proponen el estudio cultural y defienden al contexto como punto de partida.

Pero bueno, esos son vicios que ahora no nos incumben. Por lo pronto queda claro que para la ficción forjada a partir del reto, la Historia no cuenta, vale la realidad. Todo aleph que tome la potestad de su atributo, habrá de lograr manifestar su cualidad de grieta, de un vivenciador de mariposas que, antes de matarlas, va apreciando los aleteos, intercalando entre ellos lo que fue y lo que será, para él, la mariposa misma, y el mundo que a ambos los contiene.

Pero lo mismo son lugares (y tiempo), los cuentos, digo. Como éste por ejemplo, en el cual se pueden advertir dos cosas. Por una parte, que estoy sujeta a mi tiempo y por otra, que tal tiempo es todos a la vez, acuñados en mí palabra, aglomerados, confundidos e infinitos en mi memoria.

5 comentarios:

Pablo Martínez Zárate dijo...

Bien. Pero habré de decir que te creo tanto a ti al declararte un aleph como a Bergson al sugerirme un lanzamiento sobre el presente donde se contiene tanto la noche del sábado anterior como la proyección de la clase que impartiré mañana. La diferencia sería que ya no pienso en ello, en ayer, en mañana, en hoy. Creo que ahí podríamos realmente referirnos como un aleph: en lo inefable.

Sin duda: la manía de atribución. Fijar el devenir, pretender inscripción de lo móvil, o, en palabras de Mallarmé, "el azar vencido palabra por palabra". Sabemos, la función del espíritu podría ser entendida por muchos como fijar ilusoriamente el flujo de la vida. Lo dice Bergson y al exponer la evolución creadora la semana pasada lo hablaba con un alumno: pretender fijar el tiempo es ingenuo, tratar de liberarse de ello, terco. ¿Olvidarlo? ¡Bah! ¿Para qué seguir?

En fin, vaya si disfruto a Bergson, y tal vez más si me sugieres divertirme con la idea de que yo soy un aleph (inclusive haciéndole caso a Bergson, quien propone un hinchamiento de pasado más fuerte que cualquier dieta y una inteligencia que no deja de utilizar al acto futuro como instrumento de su especulación). Tal vez lo disfrute incluso más estando mi presente lejos de serse, siendo pues un viaje por el tiempo -sin él y por todos sus vientos, soplo en este momento.

Salud.

Anónimo dijo...

Este sí me gusta matarilerilerón. Por qué? porque aquí sí hay un argumento que es desarrollado clarito, clarito. Bueno, ni tan clarito: creo que lo podrías pulir para que pasara de bueno a excelente.

Lorenza Franco Rolón dijo...

¿Qué le pulo a la calva del aleph?

María Jo dijo...

Piri, tengo que pedirte un plazo. Van tres noches que llego al blog y tengo suficiente neurona como para hacer comentarios a prosa, pero no el tipo que requiero para asimilar por completo tu texto, como para poder comentarlo. Me recuerda a la primera Piri que conocí (remasterizada).

Confía en mí.

Ooops....Lorenza.jejeje

Rodrigo Morales. dijo...

ta gueno, para mi es satisfactorio, verosímil, convincente, fluídito: una respuesta satisfactoria al problema del "aleph". yo, ante estos casos, opto por lo obvio.