martes, 3 de junio de 2008

Viaje a Entemphul

1

Trataré de contar todo como sucedió, aunque sé que mi manía por las digresiones, mi poca fe en el tiempo y mi falta de método según estricto orden cronológico, lo harán prácticamente imposible.

Lo primero que pasó fue que llegó Estela, después de haber recibido a los invitados, y me dijo que si estaba listo.

-No, ¿para qué?
-Claramente le dije a Jacques que te avisara, ¿no te lo dijo?
- No tengo idea de lo que me hablas.

Pero claro que sabía de lo que hablaba. Estela quería que repitiera el numerito en privado, frente a sus amigos. Que ilustrara cada diminuto detalle acerca de cómo se conectaban los sensores a los glóbulos y de qué posiciones facilitaban el intercambio neuronal con la máquina.

-Pero si cualquier otro adulador lo hará gustoso, el señorito Computólogo, por ejemplo...quiensea menos yo, porque no puedo, no sé nada de eso, además debo irme temprano...
-Estela quiere que lo hagas tú.

Y eso fue todo lo que salió de la boca de Jacques. Jacques: hermoso farsante y psicólogo francés, avecindado en México diez años atrás, pero que todavía hace gárgaras con las erres y encierra las ues por pura nostalgia de su belle Paris. Quise insultarlo pero para entonces ya estaba muy ebrio y creo que fue justo después de eso que vino Estela a preguntar si estaba listo.

-No juegues conmigo, Carlos, Jacques me dijo que te había avisado y yo necesito que vayas allá y les expliques. Haz un esfuerzo, sé un poco cortés, niñito malcriado, si no, olvídate de todo esto.

Perfecta ambigüedad de las palabras; porque cuando dice “esto” sacude su mano que cruza desde su hombro desnudo hasta rozar su vientre con un gesto enfático. Esto: el dinero, la comida, la puerta al mundo glamoroso de los ricos, esto que me regala; Pero también esto-esto, porque ella piensa que para mí, su cuerpo es un lujo, que realmente disfruto pagar su mecenazgo supliendo la blandura de su marido con mi carne veinte años más joven que la suya.

-Estela, por dios, déjame en paz aunque sea esta noche.

A Estela se le suben de inmediato los colores. O se le bajan, según se vea, desde la punta tirante del vestido rojo de seda, o más arriba, desde los granitos carmesí y las venas rojizas endurecidas por el botox, más arriba aún, desde una cana enraizada en el cuero, teñida de costoso rojo cosmético conforme sale a la superficie.

Mejor no hacerla enrojecer. Además prefiero ser bueno ahora, que tener que pagar después con esos favorcitos privados que escandalizarían a cualquiera, hasta a mí, sádico y perverso ateo que se persigna ante las costumbres del sexo en el clan de los Pourreux, de doña Estela y su maridito don Manfred Pourreux.

-¿Los interrumpo? Bonsoir, Carlos...¿Cuidando a mi Estela como siempre?..Te voy a robar a mi mujer unos segundos, después puedes seguir cuidándola.

El viejo Manfred. Todo el tiempo me habla como si no supiera, como si no supiera que yo supiera que él sabe y esa continuidad desinencial de la conjugación infinita: él sabe, yo lo sé, pero pretende que no sabe para que todos parezcan saber que él no supo ni sospechó jamás. Y toda esa conjura absurda, porque de alguna forma cree que así su dignidad de cornudo no mengua. Me habla como jugando al medioevo, al cavaliere servente que tiene tácito permiso para cortejar libremente a la señora de la casa, para satisfacerla. Me habla como si en realidad él se llamara di Vecchio y mi nombre no fuera Carlos sino James y me recibiera en su casa diciendo que piacere, que molto piacere. Me mira como si aprobara, como si para él fuera un descanso de sus obligaciones maritales, como si disfrutara que yo, un niño de esperma joven, cortejara a su mujer que necesita un mozuelo que la pasee, que la llene, que la alimente.

2

El salón está abarrotado. ¿De dónde ha salido toda esta gente? Frank el psicólogo habló, en primer lugar, de las condiciones neurológicas que permiten que dos o más individuos, conectados por impulsos eléctricos compartidos, palpen y paladeen las mismas cosas simultáneamente.

El Computólogo explicó después, cómo funciona la interfaz, cómo está construido el monitor de despliegue estereoscópico, y cómo se deben colocar las lentes LCD y el traje de latex. En un arranque heroico, el señorito Computador, comenzó esa vieja misa sobre la ciencia, (que él confunde con la vulgar tecnología); dice que somos afortunados de vivir en estos tiempos, que no hay nada imposible ni inimaginable, que se puede viajar al fin del mundo sin necesidad de mover un pié, que se pueden probar los platillos más exquisitos sin tener que masticar un ápice, que se puede escribir un libro sin tener que mover un dedo. Hasta un mono podría hacerlo.

Brutal. El discurso brutal del viejo sabio computacional conmueve a todos de una manera sincera. Yo mismo me digo que es inútil tratar de igualar esa destreza histriónica y retórica. Él y no yo, él es el verdadero escritor, poseedor de imágenes perfectas, extasiadas. Termina diciendo que es gracias al traje virtual que la ciencia permite superar las barreras espacio-temporales y vivir un instante-minuto-siglo en el Tibet, en la bahía de Hudson, o en la punta de la torre Eiffel.

Esa es, por cierto, la intención del negocio. El cliente llega, solicita un escenario exótico, una fecha en el calendario (el computador de realidad virutal es capaz de reproducir el clima y pormenores exactos de cualquier fecha dada) y nombra un acompañante. Luego vienen detalles concretos, como la tersura del vestido, la intensidad de la luz solar, el sabor amargo del licor y la consistencia de la carne escogida para el almuerzo.

¿Qué hace un escritor en un negocio como éste? Yo, ya lo he dicho, estoy aquí por Estela, nada más. Gracias a Estela cobro un cheque en la nómina ficticia de la empresa. Pero mi tarea en la práctica es simple. La gente rica en este país tropical es ignorante. Su vulgaridad es inversamente proporcional al lujo de sus carros, a la obscenidad de sus cuentas bancarias. Así que cuando escogen hay que darles cierta asesoría, cosas básicas. Decirles por ejemplo, que Paris no tiene playas naturales, que Europa no es un país sino un continente.

Cuando primero me contó Manfred sobre el proyecto pensé que estaba loco. La gente con clase preferiría viajar de verdad, conocer de primera mano los museos, las tiendas del mundo.

-La gente con clase, pero aquí sólo hay gente con dinero.

Tenía razón, la clientela del negocio son sobre todo nuevos ricos, que han salido del país una vez y han sufrido tener que comer platillos malentendidos en algún restaurante, o la desesperación de sentirse perdidos por no saber cómo llegar a cualquier parte y que no arriesgarán de nuevo pasar las humillaciones propias de quien se hace entender a señas, como atávico simio.

La idea del viaje virtual además es perfecta porque en una sociedad donde los adultos juegan a tener otra vida en la red, donde los curas pueden disfrazase de putas, o donde el bobo niño nerdo alcanza el status de propietario de la corporación más importante del mundo, el sentido de qué es real y qué no lo es, se borra cada vez más con un gusto casi morboso. En una época así, donde hay quien paga por “sexo virtual” sin intercambio ni contacto real, era lógico que la mente de Manfred pensara en esta agencia de viajes Aleph.

El Computólogo acaba, se hace un silencio y llega mi turno. Sólo debo probarme el traje y demostrar cómo funciona. Estela insiste en que sea yo, porque la realidad virtual tiene dos modalidades: la telepresencia y la inmersión. En la primera quien lleva el traje es puesto en un escenario dado, Copenague, 16 de Diciembre de 1996, por ejemplo, y de inmediato empieza a tener frío, a pisar el suelo nevado de las calles, a exhalar vaho por la boca. Pero todas estas sensaciones son inducidas en un proceso que va de afuera hacia adentro: externo, ajeno, alieno y, otro sinónimo más claro: extraño.

En cambio, está otra modalidad mucho más rica: la inmersión. Aquí, es el propio cerebro el que le dice al traje qué debe sentir. El cerebro y el usuario pueden saltar de un mediodía insoportablemente caluroso en Rub-al-jalí, a una tarde fresca en la Patagonia. El problema es que sólo el cerebro que ha acumulado cierta riqueza en sensaciones, cierta erudición de los sentidos, por así decirlo, es capaz de utilizar esta versión de la máquina al máximo.

Según el Computólogo, usando esta modalidad es imposible estar en lugares en los que no se ha estado antes. Así fue como creyeron que yo había estado en Entemphul y en Galapagos, pero no es así. Mi mente, lo digo con soberbia y sin ninguna humildad, ha alcanzado el grado excelso de la imaginación. Soy capaz de crear casi cualquier circunstancia, casi cualquier situación. Así es como impresiono, una vez más, a los asistentes.

Tan pronto como la demostración termina todos quedan maravillados. Me retiro detrás de un pequeño biombo donde intento despegarme del traje. Entonces siento ese pellizco en la nalga, como sólo lo sabe dar Estela. Se disculpa frente a todos, dice que debe supervisar algunos detalles de la fiesta, y yo también me levanto y ella ríe y dice no sé que cosa y los ojos de Manfred sobre mí, cómplices, porque sabe que mis ganas lo libertan, lo aligeran de esa engorrosa tarea que para un hombre de su edad no es deleite sino fastidio.


3

Cuando llegamos al frío gélido del baño para empleados, Estela me insulta y dice que soy un imbécil, que por qué no espere un poco para no hacer nuestra partida juntos evidente, algo tan obvio, y luego dice que me calle que no quiere oírme hablar, y se ríe, y dice que en fin, que qué va, que de todos modos todo el mundo ya lo sabe, que es la envidia de Miriam grande y Miriam chica, de Betty y de Geneviève.

-Mira que tirarte a un niñito de esos, no está nada mal, ardiente, con clase..!clase, tú! si te conocieran bestia, mugre y mierda como eres...

A Estela la excita el dirty talk. Manfred y ella no tienen hijos, ella estuvo casada antes, como seguramente después, pero nunca los tendrá porque es estéril. Por eso me trata como a un hijo en la cama que necesita ser disciplinado y hay golpes y sangre.

¿Es posible violar a un hombre? Antes pensaba que no, que forzosamente había consentimiento, el miembro duro, penetrando, consciente. Pero ahora, aquí frente a Estela, como cada vez, como cada noche, yo me imagino en algún otro lugar, y pienso que si así habría sido con ella, luchando, torpe forcejeo, patadas, risas, hasta que la lucha se confunde con ganas, con sudor, con el cabello erizado, con las pupilas dilatadas, con más ganas, con mi negra piel aprensada a sus huecos blancos, con sus uñas en mi carne, rasguños, devorando.

4

El espejo húmedo de sudor, la ropa despojada, embarrada sobre el piso, los dos bultos respirando y expirando. Estoy cansado y ebrio, somnoliento. Dos puñetazos fuertes y secos sobre la puerta me despiertan. Despego el torso de Estela de mí, que me aprisiona. Busco el apagador pero me golpeo con la esquina de no sé qué mueble. Los puñetazos continúan. Tiento en mi lugar el frío del suelo hasta poder localizar la tela de mis pantalones, pero es inútil. Los golpes aumentan, alguien abre la puerta de par en par. Del cuadro de luz que deja entrar el marco de la puerta espero que se dibuje la gorda sombra de Manfred, listo para vindicar el nombre de los Pourreux. Pero en vez de eso, tres figuras espigadas con armas automáticas, vacían disparos exactos sobre Estela. Yo me quedo de pié esperando. Siento cómo cada ráfaga me penetra también, mientras el tiempo se atasca de arriba hacia abajo, inmóvil, resucitado.

Una mano gorda enciende la luz del apagador. Es Manfred. Hijos de Perra. Yo espero que me remate, que me aplaste el cráneo hasta que escupa sangre. Pero ignora mi cuerpo desnudo, se abalanza hacia las ropas de Estela y saca de su bolso de mano una llave, la guarda, sale.

5

Un mes después paso por las demediadas ruinas. El edificio está cortado, por la mitad, como en esa pintura de Brueghel de la torre de Babel. Sobre el suelo se lee en un letrero: “Aleph, agencia de viajes”. Era hermosa, debo decirlo. La estructura piramidal, terminaba en una punta chata, truncada a propósito. Entre los medios escombros se pasea un ingeniero que reparte órdenes a un par de trabajadores. Me acerco y pregunto por el futuro del inmueble. Un poco reticente, me cuenta. El Fisco había confiscado todas las propiedades de Manfred como ya sabía. Pero ahora otro gran empresario como el propio Monsieur Pourreux, – amigo íntimo de otro gran cartel, también como él, aunque esto es sólo una suposición mía – quiere conservarlo, tal cual, como fetiche, como signo y amonestación. Quizá quiera continuar la idea del restaurante, quizá también tenga planes de una agencia de viajes. Voy a contarle lo de la Agencia de Manfred pero el ingeniero me interrumpe.

–Eso de los viajes..¡ni lo dude! pase derecho y sin escalas, en avión blanco, en avión verde, en pastillitas coloradas o cómo usted quiera, seguro ya conoce el menú.

Su risa burlona me hace ver todo claramente. Nihil novum sub sole. Para viajar al fin del mundo no hay necesidad de franquear las cuatro paredes de una oficina miserable, como Pessoa; ni salir del estanque de unas ranas miedosas como Sócrates; ni siquiera se necesita un estúpido traje de latex, ni un monitor de despliegue estereoscópico, como creía el Computólogo. Basta con poco de opio y un buen libro, como de Quincey. O sin la droga y con sólo el vademécum como J. L. B. que no necesitaba de opio, ni de traje, pero que, con todo, siempre se perdió de Estela, bellísima Estela.

3 comentarios:

María Jo dijo...

1. Me gusta. Creo que es un cuento bien logrado, fluido, claro y ocurrente. Tu escritura es nítida, aún así, tomas suficientes riesgos, tanto en la sintaxis de ciertos momentos (qué habilidad erótico-narrativa has demostrado) como en el juego de realidades.

2. Tu propuesta de la imaginación como posibilidad de desplazamiento me encanta (además de que me parece un tributo genial a Borges). Solucionarlo con un traje virtual es muy original...me gustaría que lo hubieras desarrollado más. Quizá porque creo que ése es tu Aleph, justamente, y sin embargo ocupa poco espacio dentro del cuento.

3. Aunque entiendo lo que ocurre (lo imaginado de la escena), no me queda claro este fragmento: "Yo me quedo de pié esperando. Siento cómo cada ráfaga me penetra también, mientras el tiempo se atasca de arriba hacia abajo, inmóvil, resucitado." ¿Qué se supone que sucede?

4. Creo que "nada nuevo bajo el sol" hubiera bastado.

5. Tu final me gusta (y es una buena recomendación a Borges: disfrutar a Estela) pero creo que contradice toda la actitud previa de tu personaje respecto de la misma Estela. (Que, además, "Estela" me gusta x sugerente...la huella del presente que se vuelve pasado.)

6. Checa la sintaxis de esto: "Para viajar al fin del mundo no hay necesidad de franquear las cuatro paredes de una oficina miserable, como Pessoa; ni salir del estanque de unas ranas miedosas como Sócrates;" Aunque sé qué quieres decir, si no me supiera la bio de Pessoa y Sócrates, me confundiría.

7. ¿Podrías explicarme cómo querías representar el Aleph dentro de tu cuento?

Por cierto, comenté tus comentarios a mi cuento. Espero tu réplica y ojalá puedas dejarme de paso exactamente qué crees que sucede ó cómo percibes tú que está estructurado (tu interpretación de mi cuento), para ver qué tanto coincide con mi plan. Te quedaría muy muy agradecida.

Un abrazo.

Lorenza Franco Rolón dijo...

Confieso: me quedé con las ganas hoy en el taller, pero con eso de que llevaste al Suplente...

Pues ahí va:

Me gusta este palomero: y me gusta como tal. Alcancé a escuchar hoy que son dos cuentos en uno: siento decepcionarte, pero no me lo pareció.

Si la cosa estaba en que una es la historia del mecenazgo y otra la de la agencia de viajes (o no sé cual), pues a mi ya me parece que este personaje tuyo sólo es él inmerso en tal bifurcación.

Lo que entendí (para seguir con la dinámica): el mozuelo se ve inmerso en el mecenazgo de una pareja cuyo "proyecto" es la agencia de viajes. Hay un duelo de egos con el Computólogo-"escritor". El desenlace pertenece a la historia del mecenazgo, y el Aleph muere como consecuencia del asesinato. Estela es una reminiscencia Borgiana.


Ahora, los personajes:

La presentación-caracterización de los personajes está muy bien lograda. El narrador logra mantenerse justo ahí en el juego entre lo subjetivo y lo objetivo.

Manfred, Estela, el Computólogo son personajes que "tienen vida" en la medida de su relación con el narrador, con lo cual logras todo el cuadro dramático, tanto del mecenazgo como del Aleph en sí.

Manfred y Estela encarnan el eje de la lujuría, la traición, el deseo, a la vez que ese Computólogo-Morel encarna el juego de egos: es admirado y envidiado "como escritor", y es ahí donde el cuento logra su articulación.

Sólo Jaques confunde un poco, parece ocupar un lugar importante por su presentación, (¿él qué?). Es secundario? paja literaria?

La estructura:

Aquí siento un problema: el primer párrafo es seductor pero inconsistente.
El narrador se jacta de su "prácticamente imposibilidad" de narrar la historia "según estricto orden cronológico"; promete la digresión y una historia en términos no cronológicos, pero no lo hace así.
Si hay, digámoslo así, dos "digresiones": cuando inviertes "lo primero que pasó" y el diálogo previo con Jaques"; y el "cuando primero me contó Manfred...", lo que hace que éste últmo sea el primero en términos cronológicos, el comienzo de la historia "el inicio del final" y los segundos párrafos un "precomienzo del final".
Pero fuera de ahí la narración es lineal, lo cual funciona a la perfección si no se promete al principio que no lo sea.


Por lo demás:

Aunque sea un palomero no obstructo, tu estilo no te abandona.
Te he leído ya lo suficiente como para conocerte: y en este cuento tu voz se muestra refinada.
Si, tal vez no hay grandes juegos eruditos, (lo de estela me parece Borgiano, pero biográfico), pero tus descripciones, tu literaturiedad,tu manera de introducir los diálogos, las transiciones, son las de un escritor.

Tu práctica de la prosa luce en este cuento; creo que cada vez más dominas el género.

!Vientos por este palomero!

Anónimo dijo...

Gracias Majo y Piri por los comentarios pronto les mostraré por qué digo que son dos cuentos y así poder responder a los puntos flojos que Mjo con razón señala.